Sercine | Nuestros Clientes

La evolución del cine y las tecnologías asociadas a él convierten este mundo en algo que varía entre la nostalgia y la ilusión. Poco tienen que ver aquellas proyecciones de los años 80 con la calidad de las superproducciones actuales, aunque la experiencia de acudir al cine, impregnado de olor a palomitas, sigue siendo un atractivo para el gran público. Sercine SA. cuenta con más de tres décadas de experiencia en la provincia de Salamanca y su propietario, José Manuel, ha sido testigo de la completa renovación del sector. Toda una vida vinculada a una sala de cine.

A continuación, os dejamos la entrevista realizada a Bodegas Manzanos para nuestro Magazine BK.

¿Cuáles fueron sus inicios en el sector del cine?

Empecé a trabajar como operador de cabina en el Cine Salamanca en el año 1973. Tenía 13 años y, para poder hacerlo, mis padres tuvieron que pedir un permiso especial al colegio para salir antes de clase. Salía a las 16:30 y entraba en el cine a las 16:45. Con 14 años ya trabajaba de 8:00 a 14:00 horas en un taller de reparación de máquinas de cine (Marpri) y en el cine de 16:30 a 01:00 de la madrugada. A partir de los 18 comenzamos a dar cine por los pueblos a taquilla y a gestionar el Cine Juventud de Ciudad Rodrigo. En el año 1990 abrí la empresa Sercine, montando complejos por todo el territorio español.

¿Cómo ha visto usted la evolución del cine y la proyección de largometrajes a lo largo de estas décadas?

El cine sigue siendo cine. Las películas emocionan igual ahora que hace 30 años, solo que hoy en día se ven mejor, se oyen mejor y hay más efectos digitales, pero las películas “antiguas” no tienen nada que envidiar en muchos aspectos (o en casi todos) a las actuales. Respecto a la proyección, el cambio es evidente. Hemos pasado de usar máquinas de 35 mm y películas de celuloide a proyectores digitales con tecnología 4K y servidores de medios donde se almacenan las películas. Es todo más “limpio”, fácil y cómodo, pero era más bonito lo anterior.

La llegada de plataformas digitales está afectando a las proyecciones tradicionales en cine. ¿Cuál cree usted que será el futuro de la industria? ¿Podemos confiar en la existencia del cine tal y como lo conocemos?

El cine se seguirá viendo en los cines. No sabemos si seguirá habiendo complejos con 10, 15 o 20 pantallas y el nivel de estrenos actual o tal vez nos dirijamos a un futuro de cines con una sola sala pero con pantallas enormes, equipamiento “deluxe” y solo para películas mainstream. Tal vez el día de mañana solo se vean en la pantalla grande películas de tipo Avatar, Los vengadores, El señor de los anillos y producciones similares, es decir, grandísimas superproducciones rodadas y montadas para verse a lo grande y por las que vale la pena pagar una entrada. Y todas esas películas medianas y pequeñas queden para el visionado en plataforma exclusivamente.

En cuanto a la venta y el mantenimiento de las máquinas de proyección, ¿ha notado un cambio sustancial en los últimos años?

Sí, hemos pasado del celuloide a lo digital. El mantenimiento de ambos formatos no tiene nada que ver, ya que antes era más artesanal y ahora es todo mediante hardware y software. Antes a lo mejor solo había que apretar un tornillo y tenías que ir a una ciudad a 500 kilómetros a hacerlo. Ahora todo se puede hacer en remoto y a través de un móvil. Aunque también hay que hacer cosas manuales en los proyectores digitales, obviamente.

El cine de verano es, sin duda, una experiencia que marca la vida de todos los lugareños. ¿Por qué es tan especial un evento así?

Porque en su mayoría se trata de pueblos sin eventos significativos durante todo el año y cuando llegas con la pantalla, el proyector y los altavoces les ofreces algo distinto durante dos horas. Y, además, es un público de lo más agradecido.

Con trayectorias tan extensas como la suya habrá vivido muchas anécdotas divertidas. ¿Alguna que pueda contarnos?

Cuando trabajaba diariamente en el Cine Juventud de Ciudad Rodrigo muchas pandillas de amigos venían con las novias. Ellas entraban a ver la película y ellos se quedaban conmigo en la barra del cine jugándonos las cervezas a los chinos. En los años 80 se podía vender alcohol en el cine. A veces nos reíamos tanto que ni entraban a ver la película aun habiendo pagado la entrada.

¿Cuál es el recuerdo que guarda con más ilusión del cine relacionado con la ciudad de Salamanca?

Cuando empecé a trabajar. El público era distinto al de hoy en día, al que no le sorprende ya nada, pero entonces traías una película y se tiraba meses en cartelera. Y podías ver desde la cabina cómo reaccionaban ante un susto o ante una secuencia dramática. Ir al cine era ‘la experiencia’ de la semana.

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